Solo pude sonreir
Con el ajetreo diario al que la sociedad me somete, no he tenido tiempo (y algunos se alegrarán por ello) de escribir ni un mísero párrafo, ni una nimia frase acerca de las ya pasadas elecciones en nuestro país. Ni siquiera de lo que es más importante: la rotunda falsedad de la que hacen gala todos y cada uno de "nuestros" políticos.
Pero bueno, lo pasado, pasado está. Pero como el futuro y el presente están por venir, si que me gustaría hablar de ambos, pero en otro momento. Y digo en otro momento porque de lo que realmente quería y, sinceramente, me apetecía escribir ahora mismo es de algo completamente alejado de todo esto. De todo.
Ayer vi a una persona. Ni me la presentaron, ni hable con ella, ni la conocí ni se si la volveré a ver. Hablaré de ella en presente, porque el pasado ya he dicho lo que importa y porque es posible que no exista futuro. Esta persona apenas cierra los ojos pues su parpadeo se limita a unas pocas veces por minuto. Por este motivo tiene una mirada continua, inalterable, que te impide dulcemente dejar de mirarla. Sus manos temblorosas y arrugadas buscan desesperadamente agarrarse a su realidad, en la que la mano de su marido, la sonrisa de una conocida o el reposa-brazos de su silla de ruedas se convierten en improvisados asideros. Sus pies no descansan colgando del asiento, ni sus piernas mantienen una postura relajada, sino que se doblan y retuercen literalmente a partir de sus articulaciones. En su realidad no distingue nada, ni siquiera, a las personas que en ese momento le dedicamos entonados saludos algunos, inocentes carantoñas otros o impotentes sonrisas uno de ellos. Si en su realidad no caben sus seres queridos, ¿cómo van a entrar fulanos desconocidos?
Esta persona es una mujer. Tiene sesenta y dos años. Está casada y tiene dos hijos. No está bien, ya que hace dieciocho años que le diagnosticaron Alzheimer, a lo que se unió con el paso del tiempo Parkinson. Dieciocho años con estas dos enfermedades a la espalda, tanto ella como su desdichado marido, el cuál hace años que cuida de una esposa que empezó por tener lagunas mentales, siguió con no reconocerle y ahora apenas articula pequeños sonidos por la boca.
El marido, con cara de no haber dormido en días ni haber descansado en años, cuando uno de nosotros le comentó que solo queda tener paciencia, contestó: "Si, la paciencia es la medicina que deberían darnos a los familiares, porque la paciencia se acaba".
La Prospe, Marzo del 8
2 comentarios
me se respeten, pa variar -
La niña -